Por fin. No hay nada mejor que volver a casa, os lo digo de verdad. Han pasado tantas cosas en mi vida (bueno, tantas, tantas, tampoco... un par) que no sé por donde empezar. Tal vez debería empezar a contaros que me he olvidado de J. Que se me ha caído la venda de los ojos (más bien me la han quitado) y me he topado con la realidad. No quiero tener nada con gente así, que no es capaz de ser sincero ni consigo mismo y que además no me merece. Y bien digo que me la han quitado porque como me decíais una mancha de mora, con otra verde se quita. Y aunque yo no tenía ninguna gana de conocer a nadie, él parece ser que sí.
Es un compañero de universidad, de otra especialidad y al que yo ya había echado el ojo y al que gritaba (de vez en cuando) por la ventana cosas del tipo: “Rubio, guapo!!” (es 100% verídico para mi vergüenza). Resultó ser amigo de una amiga mía y nos presentaron, pero fue algo muy rápido y sin ningún misterio. Después de aquello, me lo encontré un par de veces por los pasillos pero yo evitaba mirarle porque al fin y al cabo, estaba segura que pensaría que era una loca/ psicópata que le gritaba por la ventana... Me contaron que preguntó un par de veces por mí, que quería que fuese a tomar unas cañas con ellos pero yo nunca estaba... y mi sorpresa llegó cuando a la vuelta de mi viaje a Austria tenía un sms suyo en mi móvil. Había pedido mi número a nuestra amiga y me había escrito. Le contesté al momento y no paramos de mensajearnos, pero yo me volvía a ir a Málaga unos días con una amiga... y siguió mandándome mensajitos, y el mismo día que llegué a Madrid, después de siete horas de viaje (vale, de hecho dormí el 99% del viaje) una ducha bien fresquita y la maleta deshecha, me dirigí a la zona de la universidad donde habíamos quedado varios compañeros, y él entre ellos. Después de tantas cosas dichas por mensajes (que si tengo ganas de verte, que si eres un cielo...) nos quedamos muy cortados los dos, pero la noche era larga y tras dos primeras horas, terminamos hablando de todo un poco y riéndonos mucho. Mi mayor preocupación era que sacara a relucir alguno de los tantos comentarios que hacía, cuando aun no le conocía, sobre él, del tipo: lo digo en bajito pero lo suficientemente alto como para que me oigas. Pero no, no lo hizo. Se portó de maravilla conmigo. Notaba que me miraba, veía cómo me sonreía y como intentaba tocarme siempre que tenía oportunidad... Y pasó la noche, y él con mi amiga, me trajeron a casa (en el quinto pino, girando a la izquierda, entrando por la rotonda y hasta el fondo) y nos quedamos los dos solos en el coche, como si no hubiese nada más; pero no nos besamos, sólo nos miramos y pensamos cuándo sería la próxima vez que nos veríamos. Al llegar a casa no dejé de pensar en él ni un solo minuto y no hacía más que pensar en si me escribiría o no. Y lo hizo, y me dijo que tenía un sonrisa preciosa. Y me puse a llorar.
A la mañana siguiente, no cabía en mí de gozo y volví a hacer la maleta para emprender un viaje de seis horas a Santander. En el autobús no pude dormir, no pude ver la película y no hacía más que mirar el móvil. Hasta que llegó un mensaje, suyo. Y volví a llorar.
Y así le siguieron los días en Cantabria, los dos esperando ansiosos a que llegara el momento de volver a vernos.
Y ese día ha llegado. Es hoy, a las nueve en punto cuando vendrá a buscarme para ir a tomar unas cañitas (sí, también con nuestra amiga) y cuando podré (o al menos eso espero) pasar los primeros minutos de mi cumpleaños con él. Porque me ha devuelto la sonrisa. Porque vuelvo a ponerme nerviosa cuando sé que le voy a ver. Porque no como si pienso en él. Porque duermo poco y mal, pero no me importa. Porque cuando escucho Melendi, no puedo evitar una sonrisita cómplice recordándome en su coche. Porque cuando leo eso de “1 mensaje recibido” y sé que es él, me da un vuelco el corazón. Porque cuando me ha llamado esta tarde estaba temblando. Y porque salga bien o salga mal, estoy dispuesta a arriesgar todo lo que pueda. Porque es él, y no otro, el que me está enseñando a ser feliz con tan poco...
Es un compañero de universidad, de otra especialidad y al que yo ya había echado el ojo y al que gritaba (de vez en cuando) por la ventana cosas del tipo: “Rubio, guapo!!” (es 100% verídico para mi vergüenza). Resultó ser amigo de una amiga mía y nos presentaron, pero fue algo muy rápido y sin ningún misterio. Después de aquello, me lo encontré un par de veces por los pasillos pero yo evitaba mirarle porque al fin y al cabo, estaba segura que pensaría que era una loca/ psicópata que le gritaba por la ventana... Me contaron que preguntó un par de veces por mí, que quería que fuese a tomar unas cañas con ellos pero yo nunca estaba... y mi sorpresa llegó cuando a la vuelta de mi viaje a Austria tenía un sms suyo en mi móvil. Había pedido mi número a nuestra amiga y me había escrito. Le contesté al momento y no paramos de mensajearnos, pero yo me volvía a ir a Málaga unos días con una amiga... y siguió mandándome mensajitos, y el mismo día que llegué a Madrid, después de siete horas de viaje (vale, de hecho dormí el 99% del viaje) una ducha bien fresquita y la maleta deshecha, me dirigí a la zona de la universidad donde habíamos quedado varios compañeros, y él entre ellos. Después de tantas cosas dichas por mensajes (que si tengo ganas de verte, que si eres un cielo...) nos quedamos muy cortados los dos, pero la noche era larga y tras dos primeras horas, terminamos hablando de todo un poco y riéndonos mucho. Mi mayor preocupación era que sacara a relucir alguno de los tantos comentarios que hacía, cuando aun no le conocía, sobre él, del tipo: lo digo en bajito pero lo suficientemente alto como para que me oigas. Pero no, no lo hizo. Se portó de maravilla conmigo. Notaba que me miraba, veía cómo me sonreía y como intentaba tocarme siempre que tenía oportunidad... Y pasó la noche, y él con mi amiga, me trajeron a casa (en el quinto pino, girando a la izquierda, entrando por la rotonda y hasta el fondo) y nos quedamos los dos solos en el coche, como si no hubiese nada más; pero no nos besamos, sólo nos miramos y pensamos cuándo sería la próxima vez que nos veríamos. Al llegar a casa no dejé de pensar en él ni un solo minuto y no hacía más que pensar en si me escribiría o no. Y lo hizo, y me dijo que tenía un sonrisa preciosa. Y me puse a llorar.
A la mañana siguiente, no cabía en mí de gozo y volví a hacer la maleta para emprender un viaje de seis horas a Santander. En el autobús no pude dormir, no pude ver la película y no hacía más que mirar el móvil. Hasta que llegó un mensaje, suyo. Y volví a llorar.
Y así le siguieron los días en Cantabria, los dos esperando ansiosos a que llegara el momento de volver a vernos.
Y ese día ha llegado. Es hoy, a las nueve en punto cuando vendrá a buscarme para ir a tomar unas cañitas (sí, también con nuestra amiga) y cuando podré (o al menos eso espero) pasar los primeros minutos de mi cumpleaños con él. Porque me ha devuelto la sonrisa. Porque vuelvo a ponerme nerviosa cuando sé que le voy a ver. Porque no como si pienso en él. Porque duermo poco y mal, pero no me importa. Porque cuando escucho Melendi, no puedo evitar una sonrisita cómplice recordándome en su coche. Porque cuando leo eso de “1 mensaje recibido” y sé que es él, me da un vuelco el corazón. Porque cuando me ha llamado esta tarde estaba temblando. Y porque salga bien o salga mal, estoy dispuesta a arriesgar todo lo que pueda. Porque es él, y no otro, el que me está enseñando a ser feliz con tan poco...
A veces ser feliz cuesta muy poco, mucho menos de lo que pensamos. Me alegro que te olvides de Jota, ya nos contaras como llamamos al chico de los mensajes.
A lo que iba: MUCHAS FELICIDADES, 21 AÑOS!!! Aprovecha el momento con el chico, que los dias pasan muy rapido. Tendras un post dedicado la proxima vez que escriba.
De nuevo, Felicidades.